De los álamos vengo, madre,
de ver cómo los menea el aire.
De los álamos de Sevilla,
de ver a mi linda amiga.
De los álamos vengo, madre,
de ver cómo los menea el aire.
Con este villancico amatorio de Juan Vázquez (Badajoz, 1500 – Sevilla, 1560), un extremeño que en el siglo XVI dio a los álamos sevillanos fama universal, queremos iniciar un post con el objetivo de invitaros, a través del arte y la ciencia, a un viaje que parte de una especie vegetal y se dirige a los paisajes de las riberas andaluzas, y de estas formaciones naturales a un paseo urbano ajardinado pionero en el Viejo Continente, la Alameda de Hércules, cuyo modelo cruzará el Atlántico para crear las alamedas americanas. Nos acompañarán en el trayecto las clasificaciones científicas de Linneo, la mirada pictórica de Manuel García Rodríguez, Emilio Sánchez Perrier o Regla Alonso Miura, arquitectos-geógrafos como Rafael Llácer, históricos viajeros como Jean Baptiste Labat, fotógrafos del XIX como Lucien Levy o poetas de la música como Pablo Milanés.
1.- Populus alba: ESPECIE VEGETAL
La primera parada del viaje es de carácter botánico. Catalogado por Linneo en 1753 como Populus alba, el álamo blanco pertenece a la familia de las Salicaceae, es originario de Europa, Asia y Norte de África, siendo conocido también como álamo común, chopo blanco, álamo plateado o álamo afgano. Se trata de un árbol caducifolio, dioico, con una corteza de color blanco característico con lenticelas oscuras, aludiendo el término alba al envés de sus hojas, de un claro que contrasta con el brillante color verde del haz de estas.
Con la llegada del otoño, los matices cromáticos de esta especie son infinitos. Las hojas presentan formas simples, ovaladas o elípticas, todas ellas muy sugerentes según Regla Alonso Miura (Sevilla, 1941), pintora de formación científica que compatibiliza su análisis disciplinar con la capacidad de transmitir en sus acuarelas la esencia misma de las distintas especies vegetales.
Regla Alonso Miura, Hojas de álamo, otoño, 2005. Acuarela/papel.
Esta mirada botánico-pictórica, de profundo realismo analítico, no fue ajena a Manuel García Rodríguez (Sevilla, 1863-1925), nombre fundamental de la Escuela de Paisaje de Alcalá de Guadaíra -tanto él como los integrantes de esta escuela merecen varios posts específicos-. Es indudable la influencia en sus lienzos de la mirada casi fotográfica de Emilio Sánchez Perrier (Sevilla, 1855 – Alhama de Granada, 1907), que en obras como Invierno en Andalucía (bosques de álamos en Alcalá de Guadaíra), de 1880, se detiene en las texturas de estos árboles que conforman bosques junto a los húmedos predios cercanos a los ríos.
Cuando vemos la obra de García Rodríguez, imaginamos las largas horas del artista pintando al aire libre en las riberas del río Guadaíra. Tiempo de observación analítica que decanta en un lienzo donde parece escrutarse no sólo el color de los troncos, sino, sobre todo, las texturas de una corteza poblada de nudos y otras cicatrices del tiempo. Por otro lado, la belleza del cuadro descansa en la sugerente estructura creada por los distintos álamos, sin hojas al ser invierno, con formas troncales angulosas y armónicas que dejan entrever la sencillez y complejidad del mundo natural.
Manuel García Rodríguez, Estudio de álamos de ribera, 1896. Óleo sobre lienzo, 61,5 x 41 cm. Firma: en el ángulo inferior derecho se puede leer la dedicatoria «A mi querido amigo / A. Campos / García Rodríguez 96). Sevilla, colección particular.
2.- BOSQUES DE RIBERA: EL PAISAJE DE ÁLAMOS
La segunda parada se detiene en el paisaje. El álamo blanco es una especie emblemática de los ríos del sur de la península Ibérica, cuyos bosques de ribera primigenios estaban constituidos por diversas especies distribuidas a modo de bandas zonales según su cercanía al agua del cauce. Así, los ríos presentaban en tiempos prerromanos -cuando dice la leyenda que una ardilla podía cruzar la vieja Hispania sin tocar el suelo debido a la espesura de los bosques ibéricos- las siguientes bandas vegetales: sargas o sauces en la misma orilla, álamos en una segunda zona -en áreas climáticamente más frías que el Valle del Guadalquivir colonizaría el estilizado chopo o Populus nigra-, fresnos en terrenos algo más alejados y, por último, los olmos, que se asentaban en la banda de transición hacia el bosque o matorral mediterráneo -encinas, alcornoques, pinos-, que ya no se beneficiaba del agua aportada por los cauces.
Esta zonificación natural de las riberas béticas se observa perfectamente en la imagen realizada por el arquitecto y geógrafo Rafael Llácer (Sevilla, 1960), cuyo nombre ha aparecido frecuentemente en este Blog -ver sus Miradas dibujadas-. Por otro lado, no podemos olvidar que estas especies arbóreas se acompañaban de arbustos amantes de la humedad como, por ejemplo, adelfas, durillos o tarays.
Rafael Llácer, Sección de un bosque de ribera, 2015. Este esquema representa un modelo de la vegetación arbórea de las riberas andaluzas, con una sucesión zonal de especies en función de su cercanía al cauce y la disponibilidad de agua. Fuente: Pasear Sevilla. El espíritu del jardín.
Aquellas fresnedas y olmedas de tiempos prerromanos desaparecieron para siempre bajo el arado del hombre, ya que ocupaban los ricos suelos de las vegas. Las alamedas quedaron también muy mermadas, pero el arado a veces no osaba penetrar hasta el cauce, por lo que muchos taludes de ríos andaluces presentan hoy hileras de sargas y álamos. El resultado ha sido la conformación de paisajes ribereños en los que el agua, las delgadas alamedas naturales, las huertas de naranjos y el entorno urbano o rural, son los protagonistas. Muchos pintores, especialmente los adscritos a la mirada más realista, preciosista o luminista, se sintieron especialmente atraídos por este paisaje característico del Guadalquivir o afluentes como el río Guadaíra.
Solo con nombrar los componentes de la citada Escuela de Paisaje de Alcalá, al margen de Emilio Sánchez Perrier o Manuel García Rodríguez, podemos entender la dimensión e importancia que adquirieron las riberas en la historia del paisajismo andaluz. Baste citar a Martín Rico, Andrés Cánovas y Gallardo, José Pinelo Llull, José Jiménez Aranda, Felipe Gil Gallango, José Tova Villalva, Fernando Tirado, Manuel Villalobo Díaz, José Lafita Blanco, Manuel González Santos, Nicolás Alpériz, Gonzalo Bilbao, Javier Winthuysen, José María Labrador, Francisco Hohenleiter, José María Martínez del Cid, José Arpa Perea, José Rico Cejudo, Luis Contreras, Antonio Martín Bermudo -Campito-, Manuel Luna Rubio y Juan Miguel Sánchez.
Manuel García Rodríguez, Paisaje de Alcalá de Guadaíra, 1896. Óleo sobre lienzo, 41 x 75 cm. Madrid, Museo del Prado (depositado actualmente en el Museo de la Aduana de Málaga).
3.- UN PASEO DEL RENACIMIENTO: LA ALAMEDA DE HÉRCULES
Tras analizar el álamo blanco como especie botánica y disfrutar de sus paisajes, la tercera parada es la racionalización y domesticación de esta naturaleza amable, fluvial y voluptuosa, que alcanza en la Alameda de Hércules su más alta expresión. El viejo brazo del Guadalquivir, que cruzaba en tiempos romanos el actual casco histórico de Sevilla, quedó aterrado en un proceso natural consumado en la etapa almohade -siglo XII-, aunque quedaron vestigios en dos famosas lagunas de la ciudad cristiana: la de la Pajería, situada cerca del puerto, y la de la Heria, cercana a la calle comercial del mismo nombre -Feria-. Eran lagunas infectas, que se desbordaban con las lluvias en invierno y poblaban de mosquitos en verano, con la insalubridad que todo ello suponía.
En pleno Renacimiento se efectuó una operación urbanística auspiciada por el asistente Conde de Barajas, con el resultado de la creación en 1574 de uno de los primeros paseos ajardinados de Europa de carácter expresamente público. Se trataba de un espacio verde racional y ordenado, sembrado de álamos en pleno corazón de la ciudad -de esta especie vegetal obtiene el nombre-, un hito en la historia del jardín que la Sevilla actual no ha reconocido lo suficiente. Aquel paseo se realizó en una etapa en que historiadores, arquitectos y escritores reivindicaban el origen romano y occidental de Andalucía, frente a la que para ellos fue la intromisión islámica. En ese contexto, dos columnas procedentes del templo romano de la calle Mármoles fijaron la entrada de un espacio arbolado que quedó para siempre coronado por Hércules, fundador mítico de la ciudad, y Julio César, que le otorga el título de colonia romana.
Con la Alameda de Hércules se embelleció lo que fue un viejo cauce del río abandonado, en este caso tratado como gran Betis y no como Wad el Kevir. Saneamiento de insalubres aguas, álamos ordenados, fuentes y columnas monumentales para una Nueva Roma. Un lugar para ver y ser visto que se convirtió en pulmón social de Sevilla desde finales del siglo XVI, papel que aún hoy conserva. En este sentido, una alameda no es un jardín solitario; es un paseo público para ser transitado. Es decir, históricamente un lugar de encuentro de transeúntes, de cines de verano, de cafés cantantes, de prostitución, de flamencos, de vecinos y vecinas, de ambiente gay o alternativo… Ya lo decía el abate francés Jean Baptiste Labat en su viaje a la Sevilla de 1705:
Desde allí fuimos al paseo; le llaman Alameda, del nombre de un terreno pantanoso hoy desecado; hay plantados paseo de álamos, muy derechos y muy largos. Es el paseo habitual de la ciudad. Vimos allí muchas gentes en carrozas, a pie y caballo. Los hombres y las mujeres no van en la misma carroza, aunque sean marido y mujer. Es el lugar de las aventuras, donde el sexo de una cierta especie va en busca de fortuna.
Anónimo, La Alameda de Hércules de Sevilla, 1647. Sevilla, Centro Velázquez – Fundación Focus (Hospital de los Venerables). Se observan los álamos alineados, las fuentes y columnas monumentales y, sobre todo, el variado paisanaje de un paseo que funciona como retrato social de una época.
Dos muestras más de esta peculiar sociología ilustran ahora nuestro viaje. La primera es la fotografía de Lucien Levy, francés del cual ya hablamos cuando visitó la Feria de Abril en 1882. Por las sombras, la imagen debe estar tomada a media mañana, con un sol primaveral que empieza a secar el regado pavimento. Se trata de la Alameda reorganizada en 1851 por Balbino Marrón, con paseo central y doble hilera de árboles sobre los bancos de piedra con respaldo de hierro. Aún hay escasa animación, tal como atestiguan las numerosas casetas cerradas y la tímida presencia de un público que empieza a ocupar este espacio. ¿Cuál es la belleza de la fotografía? Pues el contraste entre la vista en escorzo de las Columnas -visión pintoresca realzada por un caserío aún no alineado- y la rectitud rotunda de este paseo de tradición renacentista y, tras las reformas decimonónicas, de corte más neoclásico. Hoy día no se conserva esta disposición arbórea, pero se mantiene la visión de una naturaleza ordenada en el centro urbano y el intenso uso público del espacio -ver vídeo de la visita a la Alameda de un servidor en el marco del Ciclo Agua, Paisaje y Ciudadanía, realizada en marzo de 2017- .
El otro documento que prueba cómo la Alameda de Hércules ha sido siempre el lugar de encuentro de los sevillanos, es el apoteósico cortejo que acompañó al cuerpo ya difunto de Joselito el Gallo, torero muerto en Talavera de la Reina el 16 de mayo de 1920. Sus restos mortales llegaron a una Sevilla paralizada el día 19 y el entierro tuvo lugar con el desbordamiento que pueden ver en las siguientes escenas del vídeo:
- El cortejo de Joselito en Madrid
- Traslado (minuto 2:30)
- Llegada a Sevilla (2:49)
- Columnas de la Alameda de Hércules enlutadas (3:56)
- Multitud en la Alameda (4:03)
- Cementerio de Sevilla (5:15)
VÍDEO Entierro de Joselito el Gallo
Lucien Levy, Alameda de Hércules de Sevilla, 1882.
El trayecto no se detiene en Sevilla. No podemos olvidar que uno de los aspectos más interesantes de la Alameda de Hércules es que sirvió en gran medida como modelo de paseo arbolado para otras muchas alamedas de España e Hispanoamérica. Para profundizar en esta cuestión remito al libro Las alamedas. Elemento urbano y función social en ciudades españolas y americanas, publicación que procede de la iniciativa del Centro de Estudios Paisaje y Territorio, orientada al desarrollo de las relaciones entre «Paisajes y Espacios Públicos Urbanos», con el objeto de contribuir a la mejora ambiental y funcional de cada ciudad, así como a su prestigio e identidad.
Termina este viaje. Partimos de las hojas y corteza blancas del Populus alba, especie vegetal característica de los bosques de ribera andaluces, para volar luego de la mano de los pintores por los paisajes del Guadalquivir y el Guadaíra, y terminar aterrizando en la Alameda de Hércules, cuyo modelo cruzó el Atlántico. En el Nuevo Mundo el término alameda llegará a designar también a los grandes parques urbanos, eso sí, siempre con ejes vegetales ordenados y orientados al paseo público.
Acabamos el itinerario con una imagen de la Alameda Central de Ciudad de México y con un símbolo de libertad, representado este último por un tema universal que interpretó Pablo Milanés en Buenos Aires en 1984. Al final, un niño jugará en una alameda…
Alameda Central de Ciudad de México. En América muchos parques públicos con paseos ordenados se denominan alameda, nombre que deriva de la especie vegetal que puebla nuestras riberas.
NOTA. Los álamos y la Escuela de Paisaje de Alcalá están muy presentes en las siguientes Rutas del Agua de Emasesa (cuadernos en PDF y más información en los enlaces):
- Ruta Naranja. Circula por la Alameda de Hércules.
- Ruta Turquesa. Itinerario botánico por el Parque del Alamillo.
- Rutas Roja y Celeste. Subida desde el río Guadaíra al Castillo de Alcalá y paseo pintoresco por los molinos harineros.