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Pablo Picasso, «Madre e hijo», 1901. Periodo azul

Nacido en Málaga, formado académicamente en La Coruña, entroncando con las tendencias vanguardistas en Barcelona y definiéndose como uno de los mayores pintores de todos los tiempos en París, Pablo Picasso (1881-1973) siempre tuvo en la maternidad una de sus fuentes de inspiración. En este post veremos una obra representativa del periodo azul, que trata de un tema universal y atemporal: la relación y sentimientos entre madre e hijo.

Picasso es considerado, sin duda alguna, como el artista más influyente del siglo XX. Siempre mantuvo desde su infancia estrecha relación con el arte, entre otras cosas gracias a su padre, José Ruíz Blanco, un pintor de Málaga que trabajaba como profesor en la Escuela de Bellas Artes y como conservador del Museo Municipal. Tras pasar cuatro años en la Escuela de Bellas Artes de La Coruña (1891-1895), donde adquiere destreza y técnica, Picasso se adentra en un periodo académico de corte realista, también potenciado por su estancia desde 1896 en la Escuela de Barcelona. Pero en la capital catalana conoce ambientes vanguardistas al frecuentar una taberna bohemia y nocturna llamada Els Quatre Gats, abandonando el realismo y adquiriendo cada vez más un lenguaje personal y espontáneo que, tras sus primeros viajes a París, se consolidará en una nueva etapa: el periodo azul (1901-1904).

Pasado su entusiasmo inicial por París -en su primer viaje de 1900 conoció la bohemia nocturna de Montmartre y las mejores obras del Impresionismo y Postimpresionismo-, la melancolía y la nostalgia invaden a un joven Picasso de 20 años, en gran medida debido al suicidio de su amigo, el pintor catalán Carles Casagemas, con el que había convivido dos meses en el citado viaje parisino y pasado aquel fin de año en Málaga. Cuando vuelve a París en 1901, Picasso inicia un romance con Germaine, la mujer que Casagemas intentó matar y por la que se había quitado la vida, comenzando así un periodo caótico marcado por la inestabilidad emocional, los vértigos de la culpabilidad y el recuerdo de su amigo, que cristaliza en una serie de cuadros que recrean la muerte de Casagemas. Fue el inicio de un giro estilístico en el que se observaba, además, la influencia de las obras de Pierre Puvis de Chavanes, Paul Gauguin o El Greco.

En este triste periodo de reflexión e introspección, el pintor hace del color azul su seña de identidad, fijando su mirada en personajes solitarios, muchos de ellos excluidos de la sociedad, impregnando su pintura de amargos sentimientos como el desarraigo y la desesperanza. Llama la atención la nula repercusión comercial de las pinturas azules, ya que ninguna de estas obras era atractiva en esos años para marchantes y coleccionistas -intentó buscar mecenas en un tercer viaje a París en 1902, sin conseguirlo-. Picasso, por tanto, soportó entre 1901 y 1904 durísimas condiciones económicas en sus idas y venidas entre la capital francesa y Barcelona, viviendo casi sin recursos, aumentando así su visión pesimista de la vida.

El joven Picasso en 1904.

El listado de «obras azules» es muy numeroso. Al margen de Evocación (El entierro de Casagemas) (1901) -basada en El entierro del conde de Orgaz-, podemos poner ejemplos como el Retrato del poeta Jaume Sabartés (1901), La habitación azul (1901), Viejo guitarrista (1903), El abrazo (1903), La tragedia (1903) o Celestina (1904), todas ellas impregnadas de azul melancolía y un clasicismo de formas estilizadas que bebe de El Greco. Aunque será La Vie, pintada en Barcelona en el año 1903, la obra emblemática de este periodo del pintor malagueño (ver enlace Museo de Arte de Cleveland, en Estados Unidos).

Respecto a la relación entre madre e hijo, varias son las obras de este periodo azul referidas a este tema, como Maternidad (1901), Maternidad junto al mar (1902-1903) o La sopa (1902-1903), aunque en este caso he optado por un melancólico cuadro que siempre me causó fascinación: Madre e hijo, realizado en 1901. En este lienzo, el frío azul envuelve y aísla a los dos personajes, soledad que sólo puede quedar salvada por el intenso amor que les une, palpable en el beso maternal en la frente del bebé. El origen de este cuadro está en la visita del pintor andaluz al hospital-prisión de Saint-Lazare, una institución para prostitutas parisinas con enfermedades venéreas, que se tradujo en una serie de pinturas de madres indigentes que abrazaban a sus hijos pequeños. Picasso realiza aquí una bella simbiosis entre las preocupaciones sociales contemporáneas y un tema cristiano icónico.

Formalmente, esta obra nos habla del acceso del pintor a la modernidad a través de la valoración y exaltación del color, aunque integrando en sus lienzos el protagonismo del dibujo, es decir, mostrando interés por las formas -observen las extremidades atenuadas de la madre, que hablan del estudio minucioso de Picasso sobre El Greco-. En definitiva, una clara temática centrada en la figura y un predominio absoluto del cromatismo azul, una hegemonía del color que es herencia del Impresionismo y el Postimpresionismo, además de las primeras experiencias del Fauvismo (ver post sobre Matisse en Sevilla).

Por otro lado, es interesante destacar que esta obra fue ejecutada en un lienzo reutilizado, por lo que otra composición se encuentra debajo de esta escena maternal. Se trata de un retrato del poeta Max Jacob, amigo de Picasso, que lo introdujo durante este periodo azul en el sugerente universo -casi místico- de simbolistas franceses como Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire o Paul Verlaine. Todavía quedan evidencias en el lienzo actual, particularmente en relación con el contorno de la cara, aproximadamente del mismo tamaño que la cabeza de la madre y que se encuentra por encima de las rodillas. La reutilización de lienzos fue usual en esta época de penurias para el pintor malagueño; en este sentido, vean este artículo de ABC titulado Secretos ocultos bajo el azul de Picasso.

Para terminar, comentamos que a mediados de abril de 1904 Picasso se asienta definitivamente en París, cambiando sus condiciones de vida y desprendiéndose del pesimismo anterior. Se iniciaba así un periodo artístico más amable, vitalista, dominado por el color rosa y la atención al mundo del circo. Pero esta etapa merece ya otra entrada en el Blog.

Pablo Picasso, Madre e hijo, 1901. Óleo sobre lienzo, 112 x 97,5 cm. Harvard Art Museum, Estados Unidos.

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