Confieso que me seduce especialmente la obra de Santiago Rusiñol (1861-1931), algo lógico en un apasionado por la pintura y los jardines, al margen de un nostálgico amante de soledades y el contacto con los elementos de la naturaleza. El gusto por el paso del tiempo, la luz nocturna, la melancolía, la soledad, los infinitos verdes, los senderos ocultos, el rumor de una fuente, en definitiva, por la belleza más absoluta, son claves en el Modernismo del pintor catalán.
Nacido en Barcelona en el seno de una familia de fabricantes textiles y huérfano desde muy joven, Rusiñol se crio junto a su abuelo, que trató de orientarlo hacia el negocio familiar. Sin embargo, alternó esta obligación con las clases nocturnas en la academia de pintura de Tomás Moragas, iniciando también en su juventud su fecunda carrera literaria, siendo en esta época cuando comienza su vinculación con la revista L’Avens, luego L’Avenç, a través de la cual un grupo de jóvenes intelectuales comenzó a hablar de Modernismo.
Casado en 1886, Rusiñol abandonó unos años a su mujer y a su hija para dedicarse a la vida bohemia, definiendo su vida entre Barcelona y París. En 1891 descubrió Sitges, donde organizó una serie de festivales que se convirtieron en hitos del movimiento modernista hispánico, y desde 1894 lo encontramos de nuevo en París, ciudad en la que su modernismo pasó ya a ser puro simbolismo, superando el naturalismo-impresionismo.
Tras un viaje a Granada en 1898, su obra pictórica se había centrado en la temática de los jardines, a través de los cuales se canalizó el concepto simbolista que había abrazado ya definitivamente. Un ejemplo de esto que decimos es esta obra poco conocida del pintor catalán, sin fechar, aunque ubicada cronológicamente entre 1920 y 1925. En este óleo sobre lienzo, hoy perteneciente en la Colección Banco Santander, podemos escrutar los siguientes aspectos:
- Presencia de la naturaleza, a modo de diosa, en su máxima expresión, con muestra de infinitos verdes.
- La naturaleza aquí no es prístina e indómita, sino humana, ordenada por el hombre al estar presidido el cuadro por troncos arbóreos dispuestos geométricamente.
- El sendero, tema central de la obra según seguimos el título, sutilmente se pierde entre arbustos, desplegando en el espectador sentimientos ligados a lo misterioso, lo insondable, lo inefable.
- La soledad es total; la nostalgia patente; el gusto por la melancolía absoluto; y el silencio se siente, se escucha.
- La belleza es completa, propia de una visión estética de la vida.
- Los verdes de la naturaleza hablan; la humedad y el agua se intuyen.
- La noche se acerca; no hay luz solar. Es el momento de la máxima magia del día.
Me fascina el simbolismo de esta obra, al igual que el del cuadro Jardín abandonado del Palacio de Víznar. Granada. Seguiremos en el blog con Rusiñol. Es infinito.
Santiago Rusiñol, Sendero en un parque, hacia 1920-1925. Óleo sobre lienzo, 110 x 89,5 cm. Colección Banco Santander