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Cancho Roano, Zalamea de la Serena (Badajoz): esplendor, hecatombe y fin del mítico reino de Tartessos

Tarteso es la cultura del suroeste peninsular, confluyente con la presencia estable de los fenicios, que eclosiona con la brillantez y riquezas a las que aluden las fuentes literarias griegas con el nombre de Tartessos.

«Manifiesto de Tarteso», Congreso de Huelva, 2011

Debo imaginar la escena sucedida a comienzos del IV a.C., propia de un impactante filme de ciencia ficción. La realidad supera a la fantasía en muchas ocasiones, y es lo que sucedió en un santuario cercano al río Guadiana, cuando un grupo de sacerdotes y otros insignes invitados celebraron el último banquete. En un sangriento ritual, se sacrificaron decenas de animales -«hecatombe»-, entre ellos los más preciados, los caballos, cuyos restos fueron lanzados a un foso. Tras un ceremonial, se prendió fuego al templo y sus restos se cubrieron de arcilla; finalmente se selló el lugar, quedando durante cerca de dos mil cuatrocientos años un túmulo artificial que descollaba en medio de un paisaje de dehesa. Probablemente, la invasión celta estaba cerca y los habitantes de este territorio, tartesios, en su lugar más sagrado, decidieron ser engullidos definitivamente por la Historia. Este apasionante capítulo sucedió en un enclave arqueológico: Cancho Roano, en el municipio pacense de Zalamea de la Serena, hoy visitable, que cuenta con un atractivo centro de interpretación.

Fue en 1978 cuando saltó una noticia que revolucionó el conocimiento arqueológico que se tenía del mítico Tartessos: el arqueólogo catalán Joan Maluquer de Motes excava un túmulo y descubre un impresionante santuario perteneciente a una cultura que, hasta entonces, se consideraba exclusiva del triángulo conformado por Huelva, Cádiz y Sevilla. Las tierras del Guadiana no sólo fueron tartésicas, sino que, también, escondían preciados restos y bellos testimonios de esta cultura mitificada en los textos grecolatinos.

Desde el siglo VIII a.C., cuando cristaliza la primera «globalización mediterránea» a manos de griegos y fenicios, hasta el ceremonioso sellado de los santuarios del Guadiana a principios del siglo IV a.C., se conformó y desarrolló una cultura protourbana en el suroeste de la península Ibérica. Lo que fue una economía regional a finales de la Edad del Bronce, se convierte desde el VIII a.C. en pieza imprescindible del nuevo circuito comercial globalizado del Mediterráneo, generándose una economía próspera a escala internacional. La simbiosis o fusión establecida entre los indígenas que controlaban los recursos -principalmente metalúrgicos- y las innovaciones aportadas por los fenicios tuvo como resultado el desarrollo de la mítica cultura de Tartessos. Prueba inequívoca de que la prosperidad y abundancia derivan de las mejores sinergias y fusiones.

Lo que fue el solar natural de la primera etapa de Tartessos, es decir, los valles orientados al Atlántico del Guadalete, Guadalquivir y Tinto-Odiel, se ampliará desde el siglo VI a.C. a las cuencas del Tajo y el Guadiana, este último territorio protagonista de los citados santuarios, cuya autodestrucción certificó el fin de Tartessos. A mediados del siglo IV a. C. la cultura tartesia ya había colapsado, su horizonte se había diluido y, tras una «edad oscura», continuará con la herencia de los turdetanos, pueblo prerromano del que Estrabón escribe en su obra Geografía (siglo I d.C.) lo siguiente:

Los turdetanos son considerados como los más sabios de los íberos; se valen de un sistema de escritura y poseen documentos de antigua tradición, poemas y leyes versificadas de seis mil años de antigüedad.

Mapa de Tartessos (siglo VIII a.C – principios del siglo IV a.C.), con los principales yacimientos arqueológicos y áreas de influencia. Fuente: artículo diario ABC

¿Cómo era el santuario de Cancho Roano? Construido en los comienzos del siglo VI a.C., el complejo que hoy podemos ver es la tercera construcción sagrada superpuesta, inequívoca muestra del sagrado carácter de esta vaguada con gran abundancia de agua y punto de encuentro comercial y social entre distintos núcleos tartésicos y clanes del Guadiana.

La construcción cuenta con una extensión de 500 metros cuadrados, estando rodeada por un gran foso de hasta 4 metros de profundidad -excavado en el lecho de la roca-, que se nutría del agua de un acuífero cercano. Un pozo se ubicaba cerca de la entrada, esta última orientada al Este o sol naciente y flanqueada por dos torres; el conjunto, rectangular y cercado por paredes de adobe -enlucidas de rojo por el exterior y blanco en el interior-, se encontraba custodiado por numerosos habitáculos o capillas perimetrales. Todo se organizaba en torno a un patio con las siguientes características:

  • pavimentado con arcilla roja prensada,
  • bordeado por una cenefa de pizarra y bancos de piedra en tres de sus lados,
  • y presidido por otro pozo que insistía en el valor simbólico y real del agua.

¿Qué dirección tomaba el sacerdote tartesio desde el patio para llegar al lugar más sagrado? La entrada al corazón del santuario se realizaba por una escalera situada en la parte norte del patio, que daba acceso a un vestíbulo desde el cual también se accedía a una gran terraza por medio de otra escalera que escondía el depósito fundacional, una olla de cerámica en la que se guardaba plata y oro. Desde el citado vestíbulo se accedía a la cámara más sagrada, espacio central constituido por dos plantas.

La cámara sagrada funcionaba como un adyton o sala donde sólo podían acceder los sacerdotes. Se trataba de un espacio amplio en cuyo centro se alzaba el altar central, construido en adobe; se conservan un altar único en Occidente, con forma circular y triángulo adosado, y otro con forma de piel de toro extendida, típico del suroeste peninsular. Todos los indicios apuntan a que el templo estaba dedicado a Astarté, diosa de la fertilidad que, bajo distintos nombres, ha recibido culto en todo el Mediterráneo a lo largo de la historia.

Plano de Cancho Roano. Fuente: Tarteso y los fenicios de Occidente, de Sebastián Celestino Pérez y Carolina López-Ruíz (ed. Almuzara). Plano interpretado por César López Gómez

Volviendo al fin del santuario tartésico, sabemos que el ritual duró varios días y participaron las distintas comunidades del entorno. En el interior se celebró un banquete privado con utensilios de lujo para el vino; en el exterior, con vajilla indígena, se realizó la celebración popular. Se sacrificaron sesenta animales, cuyos restos -junto con la cerámica utilizada- se arrojaron al foso, documentándose ovejas, vacas, cerdos, dieciséis caballos y, además, un zorro, un jabalí y un ciervo.

Terminamos diciendo que los caballos eran los animales más preciados y simbólicos de Tartessos. Además, se ha comprobado que los arrojados al foso tras el ritual no habían sido animales de carga o trabajo, sino que estaban consagrados al santuario, ya que se han hallado numerosos elementos de bronce relacionados con el atalaje de los équidos. Todo terminó con la destrucción y sellado de este santuario que, junto al mismo proceso vivido por otros enclaves tartesios del Guadiana, constituye el símbolo del fin de la civilización más mítica de Occidente.

Recreación de Cancho Roano. Fuente: J. R. Casals en Tarteso y los fenicios de Occidente, de Sebastián Celestino Pérez y Carolina López-Ruíz (ed. Almuzara)

NOTA 1.- El yacimiento ha deparado uno de los mejores conjuntos de materiales del periodo tartésico, como arreos de caballo, estatuilla de caballo, un juego completo de vasos y recipientes para banquetes señoriales con vino, herramientas de trabajo de hierro, pesas, marfiles, joyas y muchos otros. Todo ello expuesto en la Sala de Protohistoria del Museo Arqueológico Provincial de Badajoz.

NOTA 2.- Algunos arqueólogos consideran Cancho Roano como un palacio o, también, palacio-santuario, toda vez que presenta características de ambas funciones -altares en la habitación H7; y almacenes en la H11, por ejemplo-.

NOTA 3.- La presencia de Tartessos en Extremadura es objeto de un gran proyecto titulado Construyendo Tarteso, cuyo objetivo principal es caracterizar la cultura material tartésica a través del análisis arquitectónico de los grandes edificios de adobe excavados en las últimas décadas en la vega del Guadiana. En relación con esto último, les dejo con los siguientes ENLACES:

  • WEB OFICIAL del proyecto Construyendo Tarteso, con abundante y rigurosa información sobre diferentes yacimientos arqueológicos, especialmente Cancho Roano y Cerro Borreguero en Zalamea de la Serena, y el espectacular de Casas del Turruñuelo, en Guareña, este último objeto de un post específico próximamente.
  • VÍDEO sobre la conferencia de Sebastián Celestino Pérez titulada «Tarteso, una realidad histórica».
  • VÍDEO «En busca de Tartessos», serie Arqueomanía de TVE (dir. por Manuel Pimentel).
  • LIBRO Tarteso y los fenicios de Occidente, de Sebastián Celestino Pérez y Carolina López-Ruíz (ed. Almuzara).

Territorio del Guadiana objeto del proyecto Construyendo Tarteso, con indicación esquemática de los yacimientos arqueológicos tratados en el mismo

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